Columpio de Mono
Ah?!
No sólo los rockstar andan gritando por el mundo. También los niños sordos. Y no necesariamente aquellos que están físicamente impedidos para escuchar, sino los que se hacen los sordos. A quienes se han enfrentado a la tortura que supone dialogar con estos infantes, ya sea por la obligación de caerles bien o por la necesidad laboral de hacerlos hablar, asentirán si les digo que la clave para salir bien parados de este desafío esta en la capacidad de callar y de aguantarse en decir nuevamente la frase que no fue escuchada. Endemoniados a los ojos de quien pisa el palito, pueden ser capaces de manipular a todas las madres, padres, tías, profesores y abuelitas, si se vuelve a insistir cuando desafinan con cara de congoja su Ah?!.
Se trata entonces de responder con silencio. ¡Qué mejor! Simplemente la contestación perfecta para los usureros de la psiquis, pero la más difícil para los que, descendientes de los loros, simplemente no pueden callar. Peor que el más tenebroso tecno y con el mismo vacío de espíritu, en la duplicidad del volver a decir lo dicho se encuentra un destino sin retorno, un más allá de la mejor paciencia pedagógica, una bofetada que aparece cuando la palabra se dobla y taponea esa tierna oreja que despierta el odio.
No sólo los rockstar andan gritando por el mundo. También los niños sordos. Y no necesariamente aquellos que están físicamente impedidos para escuchar, sino los que se hacen los sordos. A quienes se han enfrentado a la tortura que supone dialogar con estos infantes, ya sea por la obligación de caerles bien o por la necesidad laboral de hacerlos hablar, asentirán si les digo que la clave para salir bien parados de este desafío esta en la capacidad de callar y de aguantarse en decir nuevamente la frase que no fue escuchada. Endemoniados a los ojos de quien pisa el palito, pueden ser capaces de manipular a todas las madres, padres, tías, profesores y abuelitas, si se vuelve a insistir cuando desafinan con cara de congoja su Ah?!.
Se trata entonces de responder con silencio. ¡Qué mejor! Simplemente la contestación perfecta para los usureros de la psiquis, pero la más difícil para los que, descendientes de los loros, simplemente no pueden callar. Peor que el más tenebroso tecno y con el mismo vacío de espíritu, en la duplicidad del volver a decir lo dicho se encuentra un destino sin retorno, un más allá de la mejor paciencia pedagógica, una bofetada que aparece cuando la palabra se dobla y taponea esa tierna oreja que despierta el odio.